lunes, 27 de agosto de 2007

Desolación

De noche todo se hacia más difícil, la oscuridad siempre les dio miedo. Ultimamente no entendían nada, el reloj ya no andaba y, realmente, la hora ya no importaba. -El tiempo lo inventó el capitalismo- vociferaba el hombre, al cual la vejez se aferraba como una lapa, desde la ventana y los vecinos lo miraban sin entender. Ese mismo tiempo los llevó a aislarse, ya casi no salían, de hecho, ya casi no comían. Poco a poco se fueron transformando en parte de los muebles. La mujer nunca se levantaba de la mecedora, y a veces, había que mirarla dos veces para descubrirla dentro de la silla. El niño siempre estaba triste y le colgaban los mocos y las lágrimas, siempre tosiendo, siempre con alergia. La delgadez le carcomía sus huesos pequeños y deformes, su alma dolida y morbosa. El hambre era ya casi un juego, el que aguantaba más tiempo sin que el estómago rugiera en una clamor inhumano en búsqueda de alimento, ganaba; el agua sucia que consumían, mojaba el suelo desde la llave del patio de luz que en algún momento fue fuente de vida y ahora era foco de infecciones. Cadáveres de ratas, de palomas y de niños. Desolación y tristeza. Sin embrago, el patio de luz brindaba luz, un haz opaco y húmedo, pero luz al fin y al cabo, una luz que no contrastaba con todo lo oscuro que allí habitaba.

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